“Conjunto de prácticas socioeconómicas formales o informales, colectivas pero también individuales, que priorizan la satisfacción de las necesidades y las aspiraciones de sus miembros y/o de otras personas por encima del lucro. Cuando son colectivas, la propiedad también lo es y la gestión es democrática. Son independientes respecto a cualquier entidad pública y privada. Actúan orientadas por valores de equidad, solidaridad, sostenibilidad, participación, inclusión y compromiso con la comunidad. Son promotoras de cambio social”
Jordi Garcia Jané
Desde el nacimiento del capitalismo moderno, han existido iniciativas que han surgido como respuesta a los problemas de desigualdad e injusticia, así como en contraposición al conjunto de consecuencias nocivas que el propio sistema generaba. A una parte de esas prácticas alternativas, se ha reconocido desde finales del siglo XIX con el nacimiento de las primeras cooperativas y mutuas, con el concepto de economía social. Iniciativas que, aun con diferentes concepciones y modalidades, comparten la primacía de la persona sobre el capital, la gestión participativa y democrática, la autonomía frente a otros agentes o el destino de los excedentes a servicios para sus participantes y/o para el interés general.
Precisamente en este desarrollo histórico de la economía social, cabe situar el surgimiento y desarrollo de la economía solidaria como un sub-espacio que cuenta con perfiles propios como concepto y como práctica diferenciada, así como movimiento social que ha ido adquiriendo un mayor protagonismo académico, social y económico. Así, “nace del tronco común de la economía social, y supone un intento de repensar las relaciones económicas desde unos parámetros diferentes. Frente a la lógica del capital, la economía solidaria persigue construir relaciones de producción, distribución, consumo y financiación basadas en la justicia, cooperación, la reciprocidad, y la ayuda mutua. Frente al capital y su acumulación, la economía solidaria pone a las personas y su trabajo en el centro del sistema económico, otorgando a los mercados un papel instrumental siempre al servicio del bienestar de todas las personas y de la reproducción de la vida en el planeta” (Juan Carlos Pérez de Mendiguren, Enekoitz Etxezarreta y Luis Guridi, 2009:13).
Se trata de una visión y una práctica que reivindica la economía como medio –y no como fin– al servicio del desarrollo personal y comunitario, como un instrumento que contribuya al bienestar (o buen vivir) de las personas y a la mejora de su entorno social y natural. Concede a las personas, sus necesidades, capacidades y trabajo, así como a los procesos sociales y ambientales que aseguran la sostenibilidad de la vida, un valor por encima del capital y de su acumulación, a la vez que reivindica un modelo socioeconómico post capitalista más redistributivo y equitativo.
Se trata, así mismo, de un movimiento –económico, social y político– plural y de dimensión internacional que, junto con otras redes y organizaciones sociales, persigue transformar la economía, la sociedad y el planeta.